lunes, 19 de agosto de 2013

LA PASTILLA QUE ME HACE VOMITAR Y REGRESO A ELCHE

El dolor es tan fuerte que te paraliza; tan fuerte que te despoja de tu aliento. El dolor es tan fuerte que el ser humano queda a un lado, quedando patente, nuestra parte salvaje.
Y es por esto, por lo que hoy, he tomado la pastilla que hace vomitar. La pastilla que convierte a la mujer en una criatura pusilánime. Pusilánime, sí, pero sin dolor. Sin ese dolor que me desnaturaliza que se encarniza conmigo y que me anima a gritar desgarradoramente.
Sí, el dolor desaparece, pero al irse deja a su paso un mareo constante, calor y el corazón acelerado como el de un gorrión asustado. Todo ello mientras te aferras a la taza del wáter, de rodillas y vomitas hasta tu alma.
Así que he hecho un viaje a mi querida Elche, a mi planta de oncología. Un viaje mental, y he paseado por sus pasillos donde, en las habitaciones, mis viejos pacientes, se hallaban como yo en este momento. Vacíos. Fueron buenos tiempos, donde la enfermera se sentía enfermera y podía ejercer como tal. Donde repartía sonrisas y mimos por las habitaciones. Me querían y yo les quería. Me he visto por el pasillo de la primera planta, con el uniforme blanco, los labios encarnados por el calor de la calefacción, haciendo equilibrios con varios sueros, mientras canto alguna canción de Mika, que tan de moda estaba. Aún les recuerdo: Juana, Delfín, Jesús, Carmen… y tantas y tantas caras que se han quedado sin nombre en mi memoria.
La enfermera de la sonrisa inagotable, hoy necesita una transfusión de ánimos, de optimismo.