jueves, 27 de octubre de 2011

Caminando por la ciudad de la luz


Son las seis y media de la mañana y yo cruzo Alicante. La ciudad está desierta, sólo el ruido de mis botas al dar contra los baldosines, perturba ligeramente su sueño. Dejadla que descanse; dejadla que duerma, está preciosa cuando está tan quietecita... No, no seré yo quien la despierte, al contrario, quiero saborearla, mientras le dure su particular letargo.
Saboreo esa brisa fría que me acompaña, que acaricia las mejillas y las hace ruborizarse, que me pellizca la nariz con picaresca. Me subo la cremallera hasta arriba y me abrazo a mí misma. No estoy sola, la luz anaranjada de las farolas, me bañan constantemente.
Hoy me he mirado al espejo y he visto algo diferente en mí, serenidad en mi gesto... Sonrío, para mí mientras camino. Me he sentido orgullosa cuando he visto que la que me devolvía la mujer al otro lado del espejo, era una mujer con una camisa blanca, perfecta y segura de sí misma. 
Por fin, mi tiovivo ha dejado de ser una turbina. Por fin, gira al ritmo que yo dicto. Estaba cansada de sentirme enferma, harta de asirme a la barra de seguridad y aún así, tener la certeza de partirme los dientes en el primer giro brusco que se realizase.
Tengo un hambre voraz de mundo, de experiencia, de retos... tengo una sed infinita de vida, de saborear cada segundo, de rebañar hasta la última gota de néctar...

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