jueves, 12 de abril de 2012

A bordo del Titanic

Sí, yo anoche fui a ver Titanic… qué pasa? Es una peli que me toca muchas fibras.
Y la semana que viene volveré, sola. Por qué? Porque una le está pillando el gustillo a ver películas sola, a dormir sola, a cenar sola. Pienso volver una noche de la semana que viene, entre semana, eso sí, ya que aprovecharemos que el Bassa tiene las entradas baratas, y lloraré. Por qué lo hago? Tal vez porque necesite pegarme una buena llantina, de esas que limpian por dentro. He comprobado que todos esos trocitos de hielo, que tengo clavados en el alma, esos que tanto duelen, cuanto más lloro, mi propio llanto, los deshace o se los lleva… llorar a gusto, con cuatro personas a tu lado, tres de ellos, hombres, resulta algo… incómodo.
Recuerdo, que cuando vi esta película, tenía trece años. Esa edad, en la que no sólo crees en el amor, sino que crees, que éste puede con todo. Cuando sientes, que si alguien te quiere y tú quieres a alguien, nada se interpondrá. Hoy, quince años después, me cuesta bastante creer en el amor; no digo que no crea, sólo que me cuesta muchísimo. No creo en el destino, no creo en el amor verdadero, no creo en el amor para siempre. Creo en hormonas, creo en sentimientos, pero no en un “para siempre”. Por eso, cuando antes se me sobrecogía el alma al ver a los dos protagonistas, dar la vida el uno por el otro, y esa pasión tan pura… ahora creo que fue fruto de las hormonas del polvete que echaron. En cambio, se me sobrecoge el alma, ante la desesperación de los humanos luchando por vivir, y sobre todo, se me queda clavada una imagen en la pupila: dos ancianos engalanados, acostados sobre su cama, se abrazan el uno al otro. Él la besa a ella y lloran.
Hubo una vez, no hace mucho, que yo creía en ese amor.





No hay comentarios:

Publicar un comentario